PERO CUANDO LLEGO LA 47ª
NOCHE
Ella dijo: He llegado a saber,
¡Oh rey afortunado! que la vieja, Madre de todas las Calamidades, dijo:
"¡Nada de eso; mi desafío es formal!" Entonces la joven vencedora
repuso: "¡Oh mi señora, Madre de todas las Calamidades! Si verdaderamente
te quedan fuerzas para luchar, he aquí que pronto lo sabrán mis brazos". Y
avanzó hacia la vieja, que se ahogaba de cólera, y todos los pelos de su
horrible cuerpo se habían puesto de punta, como espinas de erizo. Y dijo la
vieja: "¡Por el Mesías! ¡Que no hemos de luchar sino desnudas!" Y se
despojó de todas sus ropas, se desató el pantalón, lo tiró a lo lejos, y se
rodeó la cintura con un pañuelo, atándoselo sobre el ombligo. Y así aparecía en
toda su horrorosa fealdad, y semejaba una serpiente con manchas blancas y
negras. Después se volvió hacia la joven y le dijo: "¿Qué aguardas para
desnudarte?"
Entonces la joven se quitó
una tras una sus ropas, y por último su pantalón de seda inmaculada. Y de
debajo de él, como moldeados en mármol, aparecieron los muslos en toda su
gloria, y sobre ellos un montecillo suave y esplendoroso, como de leche y
cristal, redondeado y cultivado, un vientre aromático con sonrosados hoyuelos,
que exhalaba una delicadeza de almizcle, como vergel de anémonas, y un pecho
con dos granadas gemelas, soberbiamente hinchadas, coronándolas deliciosos
pezones. Y súbitamente se enlazaron las dos luchadoras.
¡Todo eso fué! Scharkán se
reía de la fealdad de la vieja, al mismo tiempo que admiraba las perfecciones
de la joven, de miembros armoniosos. Y levantó la cabeza al cielo, y pidió
fervorosamente a Alah la victoria de la joven sobre la vieja. Y he aquí que en
el primer asalto la joven luchadora se desprendió en seguida. Agarró a la vieja
por el pescuezo, sujetándola con la mano izquierda, hundió la otra mano en la
ranura de los muslos, la levantó a pulso y la tiró a sus pies en el suelo. Y la
vieja cayó pesadamente de espaldas, retorciéndose.
Y el golpe le hizo
levantar las piernas al aire, quedando al descubierto, con toda su risible
fealdad, los detalles peludos de su piel arrugada. Y soltó dos terribles pedos,
uno de los cuales levantó una nube de polvo, y el otro subió a modo de columna
de humo hacia el cielo. ¡Y desde arriba, la luna iluminaba toda esta escena! Mientras
tanto, Scharkán se reía silenciosamente hasta el límite de la risa, de tal
modo, que se cayó de espaldas. Pero se levantó y dijo: "¡Realmente, esta
vieja merece el nombre de Madre de todas las Calamidades!
Ya veo que es una
cristiana, lo mismo que la joven victoriosa, y las otras diez mujeres". Y se
aproximó al lugar de la lucha, y vió a la joven luchadora que cubría con un
velo de seda muy fina las desnudeces de la vieja, y le ayudaba a ponerse la
ropa. Y le decía: "¡Oh mi señora, Madre de todas las Calamidades!
Dispénsame. Si he luchado contigo, ha sido porque tú lo pediste. No tengo la
culpa de lo ocurrido, pues si caíste de ese modo, fué por haberte escurrido, de
entre mis manos. Pero afortunadamente, no te has hecho daño ninguno".
Y la vieja, llena de
confusión, se alejó rápidamente, sin contestar nada, y desapareció en el monasterio.
Y sólo quedaron en la pradera las diez jóvenes rodeando a su ama. Y Scharkán
pensó: "¡Sea cual fuere el Destino, siempre es beneficioso! Estaba escrito
que había de dormirme sobre el caballo, para despertarme aquí. Y esto es por mi
buena suerte. Porque esa admirable luchadora de musculatura tan perfecta, así
como sus diez compañeras no menos deseables, han de servir de pasto al fuego de
mi deseo!”
Y montó en su caballo
seglauíjedrán, y avanzó hacia aquel lugar con el alfanje desenvainado. Y el caballo
corría con la rapidez del dardo lanzado por una mano poderosa. Y he aquí que
Scharkán llegó a la pradera, y exclamó: "¡Sólo Alah es grande!" Y la
joven se levantó rápida, corrió hacia la orilla del río, que tenía seis brazas
de ancho, y de un salto se puso al otro lado. Y desde allí gritó con voz
enérgica, aunque deliciosa: "¿Quién eres para atreverte a perturbar
nuestro retiro? ¿Cómo te aventuras a lanzarte sobre nosotras blandiendo la espada,
cual un soldado entre los soldados? ¡Di de dónde vienes y adónde vas! Y no
quieras engañarme, pues la mentira sería tu perdición.
Sabe que estás en un sitio
del cual no ha de serte fácil salir en bien. Me bastaría gritar para que
acudiesen en seguida cuatro mil guerreros cristianos guiados por sus jefes. Di,
pues, lo que deseas. Si es que te has extraviado por el bosque, te indicaremos
de nuevo el camino. ¡Habla!" Y Scharkán contestó a estas palabras de la
bella luchadora: "Soy un musulmán entre los musulmanes. ¡No me he
extraviado, pues acerté mi camino! Vengo en busca de botín de carne joven que
refresque esta noche a la luz de la luna el fuego de mi deseo! ¡Y he aquí diez
jóvenes esclavas que me convienen mucho, y a las cuales satisfaré por completo!
Y si quedan contentas, me las llevaré adonde están mis amigos".
Entonces la joven dijo:
"¡Insolente soldado! ¡Sabe que ese pasto de que hablas no está dispuesto para
ir a parar a tus manos! ¡Además, no es ese tu propósito pues acabas de
mentir!" Y Scharkán contestó: "¡Oh mi señora! ¡Cuán feliz será aquel
que pueda contentarse, por todo bien, con Alah solamente, sin sentir otro
deseo!" Ella dijo: "¡Por el Mesías! ¡Debería llamar a los guerreros
para que te prendiesen! Pero soy compasiva con los extranjeros, sobre todo
cuando son jóvenes y atrayentes como tú. ¿Hablas de pasto para tus deseos?
¡Pues bien! Consiento. Pero con la condición de que bajes del caballo y jures
por tu fe que no te servirás de tus armas contra nosotras y consentirás en trabar
conmigo singular combate.
Si me vences, yo v todas
estas jóvenes te perteneceremos, y hasta me podrás llevar contigo en tu
caballo; pero si eres vencido, serás mi esclavo. ¡Júralo por tu fe!" Y
Scharkán pensó: "¿Esta joven ignora mi fuerza, y cuán desfavorable había
de serle luchar conmigo?" Después dijo: "Te prometo, ¡Oh joven! que
no tocaré mis armas y que sólo lucharé contigo del modo que tú quieras luchar.
¡Si quedase vencido, tengo bastante dinero para pagar mi rescate; pero si te venciese,
tendría con tu posesión un botín digno de rey! ¡Juro, pues, obrar así por los
méritos del Profeta!
¡Sean para él la plegaria
y la paz de Alah!" Y la joven dijo: "Jura por Aquel que ha
introducido las almas en los cuerpos y ha dado sus leyes a los humanos". Y
Scharkán prestó el juramento. Entonces la joven franqueó el río de otro salto,
y volvió a la orilla, junto a aquel joven desconocido. Y sonriéndole le dijo:
"He de lamentar que te marches, ¡Oh mi señor! pero no debes permanecer
aquí, porque se acerca la mañana, van a venir los guerreros y caerías en sus
manos. Y ¿Cómo podrías resistir a mis guerreros, cuando una sola de mis mujeres
te vencería?" Y dicho esto, la joven luchadora quiso alejarse hacia el
monasterio, sin trabar ninguna lucha.
Y Scharkán llegó al límite
del asombro; pero intentó detener a la joven, y le dijo: "¡Oh dueña mía! Desdeña,
si quieres, el luchar conmigo, pero ¡Por favor! no te alejes así. ¡No abandones
al extranjero lleno de corazón!" Y ella, sonriendo, contestó: "¿Qué
quieres, joven extranjero? ¡Habla, y tu deseo quedará satisfecho!" Y
Scharkán dijo: "Después de pisar el suelo de tu país, ¡Oh mi señora! y de
haberme endulzado con las mieles de tu gentileza, ¿Cómo alejarme sin haber
gustado el manjar de tu hospitalidad? ¡Heme aquí convertido en un esclavo entre
tus esclavos!" Y ella contestó, apoyando sus palabras con una sonrisa
incomparable: "Verdad dices, ¡Oh joven extranjero! El corazón que niega la
hospitalidad, es un corazón infame. Haz, pues, el favor de aceptar la mía, y tu
lugar estará sobre mi cabeza y sobre mis ojos.
Monta de nuevo en tu
caballo, y sígueme por la orilla del río. ¡Eres mi huésped desde este
momento!" Entonces Scharkán, lleno de alegría, montó a caballo, y echó a
andar junto a la joven, seguido de todas las demás, hasta llegar a un puente
levadizo de madera de álamo, tendido frente a la puerta principal del
monasterio, que subía y bajaba por medio de cadenas y garruchas. Entonces se
apeó Scharkán. La joven llamó a una de sus doncellas, y en lengua griega le
dijo: "Toma ese caballo, llévalo a las cuadras y cuida de que nada le
falte".
Y Scharkán se lo agradeció
a la joven: "¡Oh soberana de belleza! he aquí que llegas a ser para mí cosa
sagrada, y sagrada doblemente, por tu hermosura y por tu hospitalidad. ¿Quieres
volver sobre tus pasos y acompañarme a Bagdad, mi ciudad, en el país de los
musulmanes, donde verás cosas maravillosas y admirables guerreros? Entonces
sabrás quién soy. ¡Ven, joven cristiana, vamos a Bagdad!" Y la hermosa
repuso: "¡Por el Mesías! Te creía más sensato, ¡oh joven! ¿Intentas
raptarme? Pretendes llevarme a Bagdad, donde caería en manos de ese terrible
rey Omar Al-Nemán, que tiene trescientas sesenta concubinas en doce palacios,
precisamente según el número de los días y los meses. Y abusaría ferozmente de
mi juventud, pues serviría para satisfacer sus deseos durante una noche, y
después me abandonaría.
¡Tal es la costumbre entre
vosotros los musulmanes! No hables, pues, así, ni esperes convencerme. ¡Aunque
fueras Scharkán en persona, el hijo del rey Omar, cuyos ejércitos invaden
nuestro territorio, no te haría caso! Sabe que en este momento diez mil jinetes
de Bagdad, guiados por Scharkán y el visir Dandán, atraviesan nuestras
fronteras para reunirse con el ejército del rey Afridonios de Constantinia. Y
si quisiera, iría yo sola a su campamento y mataría a Scharkán y al visir Dandán,
porque son nuestros enemigos. Pero ahora, ven conmigo, ¡Oh joven
extranjero!" En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la
mañana, y se calló discretamente.

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